Los espacios, las horas, la luz, la temperatura, la gente... Tantas cosas definen una actuación en la calle, que cada una se vuelve distinta, que puedes hasta creer que bailas piezas diferentes. Esa magia de lo nuevo, de lo inesperado creo que sólo la podemos vivir en la calle. La calle significa que parte de tu pieza es todo lo que te rodea; sonidos de la ciudad, un grito de un niño, un perro que pasa, la tarde que va cayendo, el flash de alguna cámara, los focos improvisados demasiado cerca... Elementos que van acompañando la pieza porque la calle es más protagonista que la obra en sí.
Cuando por primera vez bailas en la calle quieres volver a hacerlo para rectificar o mejorar lo que salió flojo. Sin embargo, a pesar de ese propósito y de incluso mejorar lo que te propusiste, siempre surgen cosas nuevas que te ponen la atención, los sentidos y los sentimientos en alerta. Surgen nuevas sensaciones a partir de una nueva mirada de alguien que está entre el público o de una música que no aprecias o incluso de lo que ha sucedido justo antes de salir. La calle es sincera porque estás expuesto a todo, absolutamente a todo, porque no estás resguardado entre focos, escenarios y bambalinas, sino que estás al mismo nivel de la misma y de todos los elementos que la componen. Ofreces algo, te ofreces como se está ofreciendo el público que te huele y escucha de cerca.
El sábado sentimos todo esto y mucho más y, tal vez, sí aprendimos de las otras veces que teníamos que disfrutar, que era lo más importante. Y nos reímos, nos miramos y nos guiñábamos los ojos, porque estábamos a gusto. Y estábamos a gusto porque aprendimos de la calle y porque nos dejamos llevar por ella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario