jueves, 18 de diciembre de 2008

Silencio



Una de las propuestas de Michelle ayer consistía en improvisar con "manos silenciosas". Si cogemos literalmente esa idea, procuraremos movernos sin hacer ruido, procuraremos que nuestras manos no hagan ruido. Pero para mí la propuesta fue más allá. Para empezar, las manos no pueden hacer ruido por sí mismas, a menos que las golpeemos contra el suelo o entre sí, por lo que tenía que ser algo más.


Sentí el silencio de los movimientos como la idea que tengo del silencio mismo y vi que lo podía materializar mejor si lo relacionaba con las caricias. Sí, esas caricias en las que rozas casi sin rozar, un poco con distancia entre piel y piel, casi sin tocar. Esas caricias en las que la aproximación puede hacer que no se dé el roce, sino a crear espacios y tiempos sutiles y conscientes donde los márgenes entre la distancia y el contacto se vuelven frágiles y por tanto sugerentes.



El silencio entonces se me antojaba como algo muy frágil, relacionado con todo aquello que se produce en un estado de quietud, suavidad, calma, como un concepto lleno de aire, de vacío... pero de un vacío muy lleno. La quietud, la calma interiores. El silencio es algo frágil porque parece que se puede romper enseguida y por eso es tan grande y tan pequeño a la vez. Lo asemejo a todos esos estados interiores de grande-pequeño, de todo-nada, en los que nos podemos dejar llevar por la sutileza de las negaciones: lo no tocado, lo casi acariciado, lo no dicho, lo sugerido, lo casi lleno, lo casi pensado, lo meditado... En todas esas negaciones se producen situaciones en las que nos movemos en los límites del todo y la nada, en las que podemos saltar las fronteras, ansiosos por no dejarnos en calma, y caer en horrores al vacío, horrores al vacío de un silencio, de un contacto, de movimientos, de pensamientos.



La quietud, la calma. Dejarse arrastrar porque no tenemos miedo a ser tan silenciosos, a no decir nada, a no tocar con la piel entera, a no pensar buscando conclusiones.



Y así, las manos, y por tanto el cuerpo, no es que se movieran para no hacer ruido, sino que disfrutaban de su silencio. Me vi dejándome arrastrar placenteramente por la sensación de no tener que decir nada, de no tener que mover nada.



El placer del silencio, el placer de la meditación, de asomarnos a nosotros mismos a escondidas pero sin ocultarnos, dándonos del todo. Son estados, todos ellos, de dejarse calmo y tranquilo al devenir de los procesos sin romperlos, sin hacer ruidos interiores porque estamos serenos y no tenemos miedo de romper los límites, porque disfrutamos de ellos al mismo tiempo, porque disfrutamos de esas "nadas" sin pretensiones, porque no tememos perdernos en un gran silencio o en una soledad en la que meditamos.



Las manos silenciosas mueven el resto porque ya nos hemos dejado llevar por un todo callado, con placer, como cuando nos dejamos llevar por un tiempo sin ansiedades de fin, por un espacio en soledad sin nada más que ella, la soledad, por unos momentos de meditación.



Meditar, silenciar dejándonos arrastrar por los hechos interiores en sí, sin que lo exterior condicione esos vacíos tan llenos, y disfrutar esos vacíos tan llenos porque se han hecho "todo" al sentirlos tan nuestros y tan sin miedos.



Así, en las líneas difusas de los estados mentales, nos movemos casi al límite del ruido, casi a punto de decir algo, de romper la quietud. Como cuando nos aproximamos a una caricia...



Saber dosificar los límites, las barreras, para no caer en el contacto explícito, la idea subrayada o la palabra remarcada. No hace falta. Esos márgenes tan pequeños son tan grandes cuando los disfrutamos en calma, que generan otro movimiento; un movimiento lleno de sutilezas que hablan por sí solas, que arrastran al resto del cuerpo, al resto del pensamiento.



Sin miedo al vacío, podemos dejarnos llevar por los límites de nosotros mismos, seguros de que si queremos podemos romperlos, pero conscientes de que queremos seguir disfrutando, sinceros, ante nuestros propios ojos interiores, de nuestro silencio, de nuestra soledad meditada.

jueves, 4 de diciembre de 2008

Mal Pelo


Desde 1989 Pep Ramis y María Muñoz en Mal Pelo han desarrollado su propio lenguaje de movimiento e interpretación.

Trabajan investigando en el cuerpo y las relaciones cotidianas con los temas de siempre. Pero trabajan el cuerpo y los movimientos de una manera muy personal, real, consciente y que nunca para, que siempre está en continua "ricerca" del enriquecimiento de la danza.


Hace poco, Michelle me dejó un libro que bien podría reeditarse. Se llama Mal Pelo, l`animal a l`esquena, y está editado por ellos mismos, con fotografías maravillosas de Jordi Bover, en el año 2000. En esta bella obra se conjugan los textos, los pensamientos de sus creadores, las imágenes de una trayectoria, los bocetos, dibujos y desarrollo de las creaciones y las entrevistas o diálogos con otros grandes de la escena. De todo ello podemos extraer una visión global de su filosofía de la danza, humana y trabajada, de su filosofía de la creación y la vida. Un libro necesario y bello y una compañía realmente imprescindible.
Uno de sus textos, bellos y sabios todos, dice:
Imagino el animal
que cargamos sobre nuestras espaldas.
Es un animal desarraigado,
un compañero de viaje invisible y poderoso
que guarda todo aquello que hemos amado...
Ante nuestra mirada se presenta
un mundo lleno de elementos desordenados.
Acompañados por el animal,
elegimos nuestro propio orden,
ejecutamos una fragmentación arbitraria del mundo,
y la llenamos de un valor propio.
¿Qué cosas elegimos?
Corremos, y al correr notamos
el peso del animal.
¿Corremos hacia la vida para recuperar
la ilusión de lo que ya no existe?
¿Para conseguir la realización
de lo que todavía es posible?
Corremos, y al correr notamos el peso del animal,
el peso de la humanidad, y nos abruma.
Un solo hombre no puede cargar con todo.
Sabias filosofías de la expresión humana del movimiento (fisicalidad animal) exterior e interior. Las búsquedas, los caminos, las ejecuciones y estructuras de la vida, las ilusiones, lo amado, los caminos elegidos, el pasado... Como animales nos movemos por todos esos vericuetos, y como animales buscamos, nos movemos y nos cansamos.
Pero, aunque conscientes de que no lo podemos todo en la escena artística y vital, como animales seguimos en movimiento.
Muchos de los animalillos en aprendizaje en danza y vital estaríamos encantados de poder tener en nuestras manos este libro...