martes, 5 de junio de 2007

Baile en blanco (terapias)





Un buen libro siempre tiene que tener un buen comienzo. El último libro de Íñigo García Ureta (Escrito en blanco, Madrid, Trama, 2007) lo tiene:

"Después de darle muchas vueltas al asunto, uno cae en la cuenta de que la única forma de explicar las cosas es con humildad, y que no hay humildad que valga sin sinceridad, y que ésta sólo se presenta cuando no hay miedo. Quitémonos por tanto el miedo y digamos la verdad: que empecé a escribir por terapia."

No sé si será verdad que Íñigo empezara este libro por terapia, puede ser una máscara o puede ser cierto. Pero precisamente por eso, porque da igual, me sirve este gran comienzo para decir varias cosas con humildad, sinceridad, sin miedo y quién sabe si por terapia.

- Quería decir algo sobre Escrito en blanco y quería aprovechar que tengo este blog. Porque me gusta, porque este blog se merecía algo de literatura, porque Íñigo tiene el humor que me gusta, porque me da la gana.
- Me reconozco en lo de la terapia. No sé por qué empecé a bailar, seguramente porque mis padres me metieron para que la niña hiciera algo, lo típico. Sí sé que cuando lo retomé lo necesitaba. Llevaba necesitándolo mucho tiempo, pero me daba miedo enfrentarme a ello. Así que con humildad hice un acto de "no hay dolor" y palante. Y he seguido terapéuticamente agarrada a la danza desde entonces.
- Y, ojo, aprovecho para comentar algo que no me gusta: hay peligrosas asociaciones de la danza con la terapia, que a mí me suenan más bien a sectas. O sea, yo sé que para mí bailar es algo tan necesario como comer o ir al váter, lo tengo asumido y no pasa nada, vamos, cada uno tiene sus cosas, y que me hace desconectar de mí misma y de lo/s demás. Creo en lo terapéutico de las artes, individualmente. Yo comparto con mucha alegría las clases, los ensayos y los espectáculos con gente y eso significa que un buen porcentaje de la danza es compartir, pero, no nos llevemos a engaños, es personal; lo que experimentamos es nuestro, aunque participen otros, se desarrolla en la casa de nuestro cuerpo y de ahí sube a la azotea y te abre las ventanas de los poros. Así que convertir la danza en terapia para que, como en una dinámica de grupo, a uno le enseñen a ser feliz, pues no, a mí no me convence. Es que si a alguien bailar, pintar, componer o escribir le sirve de terapia, joder, pues qué suerte, pero no vendamos cualquier cosa como un instrumento de consumo de la felicidad. Risoterapia, danzaterapia... ¿Pedoterapia no hay?
Seamos sinceros, en estas cosas estamos con nosotros mismos y reconocer, como Iñigo o su otro Iñigo, que hacemos las artes por terapia es igual de válido que decir que las hacemos porque sí, porque nos gustan, porque nos dan placer, porque sí, pero sobre todo porque en definitiva nos las guisamos y nos las comemos nosotros solitos y por tanto las sufrimos y las disfrutamos cada uno.

En cualquier caso, reconozco que bailo por terapia, casi con toda seguridad.

Moraleja con sinceridad y alevosía: Compren el libro de Íñigo.

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