jueves, 5 de julio de 2007

Ô Cirque


Ayer estuve en el Circo Price viendo Le vent était de la triche, de la compañía Ô Cirque.

Mi ignorancia sobre el mundo del circo impide que pueda hacer una crítica sólida. Puedo hablar de impresiones y de lo típico del "me gusta, no me gusta".

Un espectáculo ecuestre. Empezamos mal. Los caballos son bellos por definición. Son los animales que mejor reflejan la fuerza y la elegancia, pero sobre todo la libertad. Y ahí surge el conflicto. Un protagonista que no puede serlo, la libertad y la belleza como protagonistas en un espacio tan limitado. Me creó angustia verlos correr. Cuando corrían rápido se me aceleraba el corazón porque sentía un momento de placer interrumpido. Quería que esa galopada se produjera en el campo, en libertad.
Bailaban, saludaban, se coordinaban, se sabían la coreografía. Realmente, un portento de la enseñanza. Pero el animal no está hecho para que se le adoctrine en las formas humanas. No me llegaba porque no era natural, porque se cae desde el principio al saber que un animal nunca haría lo que hace el hombre. Que un animal no puede transmitir belleza así porque su belleza se define por la libertad con la que se mueve. Porque un caballo retoza en el suelo voluntariamente y no porque lo indique un látigo y horas de entrenamiento.

Me gustó la puesta en escena. El ambiente era cercano. Los acróbatas y participantes seguían en escena con su papel, en un entorno que recreaba el mundo del circo, con su caravana y todo. Una actitud buscada que sí le daba peso al espectáculo.
Por supuesto, nada que decir con respecto a las posibilidades físicas de los acróbatas. Increíble que alguien baile y salte a lomos de un caballo que galopa, sin sujeción. Del todo increíble. Pero de nuevo miraba a los ojos del caballo y veía que él tenía que estar ahí porque tenía que estar, no le quedaba otra.

Me gustó la música en directo, la "jefa", la iluminación y la cercanía.
Me gustaron los caballos, por ser caballos. Al final se le perdona al espectáculo todo lo que le quita a la esencia de los mismos, porque a pesar de todo son caballos y son exageradamente hermosos.

Me gustó ver el espectáculo, porque desconozco el mundo del circo, porque de pequeña nunca me atrajeron los payasos, los elefantes y demás animales sometidos, las estructuras típicas de circo en las que se suceden escenas sin conexión... No he tenido una infancia de circo.

Este espectáculo se acerca a otro tipo de circo, más artístico, más cuidado, más contemporáneo.
Pero faltan pasos.

En cuanto a la danza que allí se veía, busca el espectáculo, no la conexión, no el sentimiento. Y se ven coreografías llenas de saltos, sin pausas, porque existe la idea de llenar el tiempo y el espacio del mayor número de cosas sorprendentes, cuando, como sabemos, a veces lo llamativo no está en la cantidad sino en la calidad y en lo bien dosificado.

Conocer algo más del mundo del espectáculo. Me quedo con eso.
Y me quedo con la sensación de haber visto la belleza, pero no en estado puro, sino una belleza triste. La belleza bajo el punto de vista del ser humano, que no acepta que la verdadera belleza se encuentra en lo natural, y, en este caso, en la libertad en la naturaleza.

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