viernes, 9 de octubre de 2009

Hasta pronto, Michelle


Sé que te gusta esta foto, y no me extraña. No la pongo sólo porque te gusta, sino porque están tus brazos, tu mirada, tu danza...
Te escribo porque sé que te gusta leerme, leerme de danza, hablar de danza. Te escribo también porque te lo mereces, te lo quería regalar y porque quiero hacerlo. Desde aquí te quiero hablar un poco más de lo que te he hablado, como he podido, con mi cuerpo y con mis palabras, con un café o una tónica delante...

No me equivoco si digo que soy más danzarina, como a ti te gusta llamarnos, desde que entraste en mi vida los martes y jueves. La danza contemporánea que vivo desde que empecé a recibir tus clases es diferente. Lo he dicho aquí más veces y lo recalco. Cualquier persona que tome contacto con tu pedagogía y tu danza, que sea mínimamente sensible, aprende sobre sí mismo, sobre su cuerpo, su mirada, su soltura ante la vida y el movimiento, su actitud en escena, su actitud ante la vida, siempre gozándola, siempre exigiéndose desde el disfrute. Si alguien no explora esas capas que propones desgraciadamente se está perdiendo algo inusual: la generosidad absoluta de tu entrega por y para la danza, la danza humana. Se está perdiendo acceder a la danza individual y colectiva a través de los sentidos más palpables, los físicos, y los más profundos, los de la esencia de cada uno.

Yo sé que a alguna de esas capas he llegado. Y si no lo he hecho, el reto de acercarme es casi tan importante como saborear cada uno de sus matices. Eso es, saborear. Saboreas la danza y saboreas a la gente, y, por tanto, tu gente la saborea también. Aprendes de ella también porque eres sencilla y generosa, abierta y respetuosa, y lo que ofreces lo haces desde el sentimiento puro de amar algo con coherencia. Haces saborear gracias a tu sinceridad y coherencia ante la danza y la vida, haces que intuyamos tus propuestas hasta el punto de que nos las llevamos con nosotros, dejan un poso bien densito, pero bien sabroso, un poso que amasamos con el nuestro para crearnos a nosotros mismos como danzarines o como sentidores de la danza, como palpitadores del cuerpo, como intuidores de los estímulos. Dejas un poso sereno y pacificador, gracias al cual, con esa confianza que depositas en nosotros, es imposible no relajarse y disfrutar aprendiendo, y disfrutar bailando, viendo un espectáculo, hablando sobre danza...

Y siempre estás ahí, con tus alumnos, aconsejándolos, ayudándolos en su camino, desde el respeto y el dejar hacer, dejar aprender.

En esta nueva etapa que inicio, como te dije, eres de las cosas que más me cuesta dejar atrás. Sé que seguirás ahí, que volveré a ver tus manos y tus pies reflejados en un espejo de clase, a volver a verte grande y hermosa en escena o detrás de ella, a conversar a nuestra manera sobre lo que vemos, sabemos o intuimos sobre la danza. Sí, lo sé, pero me conectas de un tirón como con una flecha flexible los pies al suelo y el suelo a la cabeza. Me conectas la realidad de la danza con la evasión de lo más espiritual y mental de la misma. Me conectas, pues, conmigo misma, y a mí con la danza de esa manera tan natural y que tanto bien me hace, porque yo también soy realidad y sueño.

Quisiera llevarte conmigo, quisiera bailar contigo, quisiera aprender de ti, disfrutar de ti en esta nueva etapa, quisiera bailar esta etapa contigo. Pero no es posible, lo único a lo que debo agarrarme es a ese poso y extraer de él el tirón de la flecha que me sujete, como con un centro fuerte, mis pies en la tierra y mi mente voladora en la danza. Sé que me has dado recursos, que los tengo y sólo tengo que explotarlos y comentarlos contigo, y volverlos a disfrutar. Contigo.

Sólo quería agradecerte antes de decirte hasta pronto lo grande que eres y lo sabia que haces la danza, sabia por humana y sensible, pilares fundamentales en la vida. Quería agradecerte que seas así en todos los sentidos que me has ofrecido, en todos.

Gracias, gracias, gracias.

Siempre,
Nerea

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