No hay música, hay cucharas, un violín, un acordeón y dos bailarines vestidos de calle. Los movimientos se dosifican y enriquecen poco a poco entre diálogos corporales y musicales, bien gestionados con la contención y la explosión tenue. Dos personas se relacionan con sus propios lenguajes, los de sus cuerdas y vientos, los de sus cuerpos. Así, asistimos a los vaivenes cotidianos de una pareja que sueña y despierta en amores, odios y personalidades. Buscan su espacio, su palabra una y otra vez, se dejan amoldar o se rebelan ante los obstáculos del otro, siguen expresándose a pesar de la sujeción, y la música toma la palabra. Se encuentran o distancian en los lenguajes del otro, los comparten tocando a medias y enredándose los brazos y cuerpos con un acordeón que respira o un violín que gime. Es en los juegos con los instrumentos donde se producen las imágenes más bellas. Cogidas limpias, entrelazados sin titubeos o pausados contactos: ser uno mismo o convertirse en un único ser con cuatro brazos y misma piel.
Hay formas diferentes de moverse por los lugares, los comunes y los propios; en las relaciones avanzamos solos o acompañados, nos transportamos con nuestra identidad o a través del otro. Y así, vemos la sucesión de las geniales posibilidades de un dúo vivo.
Los sueños aparecen o continúan, no sabemos sus límites, pero seguimos su línea onírica. Como cuando soñamos, lenguajes incomprensibles, elementos surrealistas…, y la risa nos llega como si nada. Entonces puede respirar un acordeón al dormir y despertarse los abrazos veraces que conmueven y enternecen.
Vivir en duermevela, ser uno, ser dos, comunicarse, quererse, no entenderse, reclamar la voz propia, dejarse llevar por el cariño, rechazar que nos manejen… Disfrutamos soñando y nos emocionamos con el ingenio de las imágenes, punto fuerte que nos evoca las realidades más universales de las relaciones. Quedamos pensando, reflexivos y con el corazón despierto.
La Voz de Almería, 26 de febrero de 2012
Nerea Aguilar
Directora de Costa Contemporánea
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