Ayer estuvimos en el estreno de la última obra de Anabel Veloso en el Teatro Auditorio de Roquetas de Mar, Almería.
No nos aburrimos porque esperamos el próximo instrumento y nos sorprendemos ante la imagen de dos arpas, el instrumento y Anabel con un hermoso traje cuyos flecos evocan las cuerdas del arpa. No nos aburrimos porque escuchamos el cante de Gema Caballero en directo, porque vemos a Fred Astaire y su irrepetible danza y a un Alberto que al unísono agita el bastón y se mueve rápido pero personal y flamenco. No quitamos la mirada porque reaparece Javier Latorre a revisar su orquesta, a levantar las telas que guardan del polvo a sus instrumentos, a evocar sus recuerdos de éxito y disfrute escénico. Y entonces una tela ha dividido el escenario, y la iluminación cobra importancia y la escena parece más pequeña, cuando a ritmo de guitarra y percusiones, se ilumina la parte trasera y Anabel y Alberto aparecen detrás del tapiz para bailar, en penumbra, como entre recuerdos del maestro, junto a él, con cuidado y fuerza a la vez.
A Anabel Veloso y Alberto Ruiz ya nos sentimos unidos. Los sentimos compañeros de batallas y luchas y los sentimos cerca porque participaron en Costa Contemporánea, ofreciendo un fragmento de Poema Sinfónico n.º 2, además de su apoyo, sonrisa y ánimos para el proyecto, y porque son buena gente, muy buena, y te dan ganas de abrazarlos continuamente.
Son divertidos, muy divertidos, sencillos, generosos, alegres, pero sobre todo artistas. Queremos seguir de cerca sus duras empresas, sus desasosiegos e ilusiones y triunfos, con una caña entre manos y risas que quiten hierro a las barreras, y con la ayuda que necesiten. Porque creemos en su trabajo, y ayer constatamos que nuestro apoyo, el que espero que podamos seguir dándoles, no puede tener límite. Constatamos que merece la pena apostar por ellos, merece la pena que su obra se vuelva a representar, que tengan la oportunidad de volver a lucir su elegancia en un escenario, que se les reconozca el esfuerzo y el arte que van desplegando allí donde van.
Poema Sinfónico n.º 2 es una obra ambiciosa. A Anabel no le frenan los juegos al despiste ni los regateos económicos de ciertas personas e instituciones. No, ella se siente en la obligación de ser fiel a sus ideas artísticas y arrasa en medios y despliegues, en vestuario, músicos, escenografía... Su obra no es una obra cualquiera, ninguna lo es, son obras cuidadas en bambalinas, rieles, cables, atrezzo, medios, por meses y meses de duro trabajo. Un director (el maestro Javier Latorre) se encuentra la escena de su orquesta abandonada. Ante tal sensación surgen los recuerdos de su pasado. Pero sobre todo presencia la vida que aquellos instrumentos abandonados van tomando en el cuerpo de los bailaores Anabel y Alberto. Un piano de teclas se vuelve orgánico y Anabel contonea su figura al toque que sugieren las manos de Alberto. Luego llegarán los cellos, la carpa... Son instrumentos que cobran vida, la excusa coreográfica para mostrar su baile más personal.
Si además no sólo nos dejamos llevar por el hilo de la obra, sus sorpresas y juegos de imágenes, metáforas, evocaciones, alusiones a otras obras, a otros artistas, a otras épocas, sino que frenamos nuestra ansiedad como espectadores y nos dejamos llevar por cada salida a escena de los bailaores, entonces, descubrimos lo fácil que nos lo está haciendo Anabel.
Porque sus coreografías son distintas, tienen una marca especial, muy personal. Su baile, sobre todo el de Alberto y Anabel, es el baile de lo bien aprendido y bien reinterpretado.
En danza, en cualquier tipo de danza, es fundamental el ritmo. Y Anabel y Alberto saben darle ese ritmo que engancha y que hace disfrutar. Empiezan suaves, lentos, entreteniéndose en las posibilidades de sus brazos, en la belleza de las imágenes que crean y de la comunicación que emana de ambos. Muestran despacito sus posibilidades, como a cámara lenta. Siento que me dicen, sin querer decirlo, que no tienen prisa en mostrar sus fantásticos y rápidos zapateados, porque su baile es el de dosificar para disfrutar y hacer disfrutar, y, sí, así nos quedamos embobados en sus giros lentos, en sus brazos y pechos abiertos y grandes. Todo lo que sabe Anabel lo ha digerido con un arte calmado y tan elegante que hace que cuando llegan al zapateado rápido, ese que tanto nos sorprende a los ignorantes del flamenco, hagamos la digestión de la comida más placentera, la que empieza poco a poco y parece que nos deja con ganas y entonces nos sorprenden los ingredientes acelerados, fuertes e intensos. Así sí, así se puede regodear desde el principio el espectador con todo lo que nos ofrecen.
Además de la emoción que sus gestos, sus imágenes, su sensible utilización de los tiempos y espacios escénicos transmiten, además me doy cuenta, y disfruto enormemente de ello, de que la concepción de Anabel del baile es profundamente innovadora.
No nos ha querido sorprender a la primera con las virguerías que pueden acabar aburriendo a los diez minutos; se hace dueña de los tiempos, las músicas y el espacio de manera ambiciosa y natural. Sólo son dos y a veces tres bailaores, pero parecen muchos más porque a diferencia de otros artistas gestiona las posibilidades escénicas y espaciales sin miramientos.
Y la modernidad no sólo reside en la utilización de estos recursos bien aprendidos y bien reinterpretados, sino que la vemos también en sus propios pasos. Y ahí mi emoción, como danzarina de danza contemporánea, se ve doblemente recompensada. Anabel es una bailaora muy contemporánea. Sé que ha tomado clases de esta disciplina, pero lo más importante es ver la capacidad que tiene de fusionarlo (dejando de lado las manidas fusiones del flamenco y el contemporáneo) de una manera tan tan natural. Y me encantan sus brazos que sorprenden porque acaban contemporáneos, que luego vuelven a abrirse tan flamencos y hermosos, pero que se frenan o bajan en seco para girar casi con el pie en flex, o cómo utiliza una segunda, una ondulación del pecho o un cambré para ser la más flamenca o la más hermosa contemporánea.Mucho gusto, mucho estilo, mucha elegancia, mucha inteligencia es lo que hace falta para que esta unión de ingredientes no hubiera producido un espectáculo abarrotado y hasta agobiante, lleno de elementos, recursos, referencias, pasos de todo tipo y origen. La clave está en esa elegancia y buen arte, que cuando se envuelven en un sabio uso del tempo y un gusto calmo y lleno de goce es cuando se consigue que una obra, sea corta o larga, tenga dos o veinte bailarines, enganche de las tripas al espectador.
Si queremos poner alguna pega, que para mí no las hay, sería que tal vez vi que podían dar más de sí. Seguramente el cansancio acumulado, algunas preocupaciones y el compromiso que llevaban a cuestas hicieron que esos momentos que de verdad saben atrapar no fueran aún más hermosos y grandes.
Y esta pega tiene una solución, que se reconozca más su trabajo, que actúen de nuevo y que se apoyen de cabo a rabo sus producciones, y entonces sí, sólo se dediquen a bailar con esa pasión con la que tienen que bailar, lo que les mueve y les hace estar en la cima del arte con mayúsculas. El arte hecho con pasión y sinceridad. Ellos tienen eso y mucho más, y lo que les falta les llegará, estamos seguros.
Fotografías: Pollobarba