Tras unos meses de ausencia, en los que el cambio de residencia, de ritmos, de mentalidad, etc. han hecho que me silencie en exceso. Tras haber ejercitado mi danza sólo de manera intensiva con el objetivo de prepararla para las actuaciones del Día de la Mujer. Tras decidir que no puedo dejarme de lado aunque alimente mi cuerpo y espíritu ahora que vivo en un lugar más saludable. Tras todo ello, he vuelto a mi cuerpo y mente tomando clases. De momento comienzo con el yoga Iyengar.
Es un placer verme de nuevo ante un profesor, rodeada de alumnos en silencio que escuchan y aprenden. Es un placer dejarse llevar por las indicaciones, que te entran por los oídos y que recibe tu cuerpo. Es un placer moverse y conocerse a uno mismo en el movimiento, en la respiración, en la fuerza, en la constancia, en la lucha, en la búsqueda de la serenidad.
El yoga Iyengar, siempre recomendado para bailarines, es muy duro físicamente. Con eso ya me engancha, por mi perseverancia en el perfeccionismo y en la lucha por mejorar cualquier cosa que considero necesaria para mi bien. Es un ejercicio difícil porque conjuga muchas cosas, porque te lleva a límites insospechados, a los que es posible llegar gracias a una relajación y confianza, una meditación difíciles también de alcanzar. Duelen algunas posturas, duele rotar la cadera en sentidos opuestos porque cada pierna debe tirar a un lado. Duele sacar el pecho, proyectarlo mientras realizas una postura aparentemente incómoda. Duele pero gusta.
Gusta porque quien te sabe dar bien una clase inspira la confianza y la paz que necesitas, porque confías en que en ese ambiente de calma tu cuerpo está más receptivo a lo que le pidas.
Me gusta porque me miro con los ojos del cuerpo sin espejo, y aún no me encuentro, aún no saben mirar mis ojos y ser conscientes de que estoy bien colocada, porque lograr esa conciencia corporal requiere su tiempo.
Me gusta porque es un reto a mi necesidad de ejercicios dinámicos y activos, por lo que me gusta buscarme en situaciones de paciencia, calma y resistencia. Me gusta investigar en mi cuerpo y sentir todas sus partes, los hombros, los abductores, la cadera, los omóplatos, y, aunque no me lo indiquen, seguir buscando, seguir alargando, seguir estirando, seguir llenando el cuerpo, seguir respirando, y cada vez que respiro buscarme dentro. Porque mis retos están en tantas partes que sentirme que los busco poco a poco me llena de placer.
Necesitaba una clase, necesitaba sentirme en cuerpo, como dice Michelle, que para mí también significa sentirme en mente, algo muy ligado al yoga, donde van tan unidos ambos polos.
No sé si llegaré a las inquietantes posturas de esta disciplina, no sé si conseguiré hacerlas sin esfuerzo, o troncharme flexiblemente respirando y gestualizando la calma. Pero sé que desde mi inexperiencia y humildad, abriré esos ojos corporales para llenar lo físico de mente abierta y deseosa de aprender algo tan complicado y hermoso a la vez.
Fortaleceré mis músculos, seguro, flexibilizaré mi dura constitución, respiraré mejor y viviré más acorde con esta etapa de calma, en mente y cuerpo.
Me falta bailar, aquí es difícil. Necesito bailar, pero sabía que para empezar, y mientras encuentro cómo, el yoga me daría paz y ejercicio necesarios como para afrontar mi vuelta al trabajo constante de la danza. Mientras, aprendo y disfruto del yoga Iyengar.