sábado, 20 de septiembre de 2008

La Fura dels Baus


Ayer fui a ver Boris Godunov, el estreno de La Fura dels Baus en el María Guerrero de Madrid.
Y reflexiono.

Han querido hacer ficción, bien; parten de un hecho real, el secuestro del Teatro Dubrovka de Moscú, en 2002 por parte de un grupo de terroristas chechenos. Bien. Por lo que, como en muchas otras piezas de arte, se parte de un punto para hacer ficción a partir de ahí. Aceptamos encantados lo que el artista quiera ofrecernos. No pedía que nos gasearan, de hecho, como en realidad acabó haciendo el gobierno ruso para dar cerrojazo al secuestro. Pero, sabemos quién es La Fura, e imagino que quien va sabe lo que puede esperar de ellos. Al menos el impacto, el sobrecogimiento, el miedo ante lo inesperado. Pero no. Ni siquiera sus pequeños artilugios caseros conseguían que creyéramos que estábamos, como ellos pretendían, en el centro de la acción, en la piel de aquellos espectadores que fueron secuestrados durante tres días. Es cierto que se percibe el deseo expreso de la compañía de tender hacia el teatro textual, y al mismo tiempo de mantener sus bazas, como el uso de la tecnología, los audiovisuales o de quebrar el espacio escénico. Pero algo flaquea y no sé bien qué es. Los actores estupendos y la puesta en escena (dejando de lado los cablecitos, kalashnikov y bombas casi tipo quimicefa), con sus músicas y sonidos chirriantes, la iluminación y los audiovisuales, que nos permitían ver qué pasaba en el exterior y en los pasillos del teatro..., estupendo, sí.
Pero ocurre algo con la Fura, y es que cuentan con un público siempre difícil. Por un lado, quienes a estas alturas se asustan de que vayas a verlos, es decir, quienes los han dejado aparcados en aquella radical (en el buen sentido) ruptura con todo, de sus años mozos, y se asustan. Y por otro, quienes precisamente lo que esperamos es eso, que nos azoten las mentes a partir de unos sentidos desde el principio de la acción totalmente noqueados.






Yo no pude ver esos años mozos de los que hablo. Surgieron hace más de veinticinco años, con la llegada de la democracia, en Cataluña, bajo ese llamado Teatro Independiente. Rápidamente se apartaron de la clara política para ofrecer el mayor espectáculo posible, pero siempre se los asoció con una tendencia, con la reivindicación, la lucha... En los ochenta, su época dorada, se les empezaron a adjudicar adjetivos que tendían al punk, la performance centroeuropea o la danza butoh. Y para mí, además, eran una especie de muestra del Teatro Físico, tan duro, difícil de ejecutar y de ver, pero a la vez tan, tan interesante. Rompió las barreras arquitectónicas del teatro. El público y los actores en un mismo espacio; había que correr, había que huir o te impregnarían de sus flujos, pringues, vísceras... Como el mismo teatro de calle, proponían la participación de un público, al mismo nivel que ellos. Este lenguaje lo recuperaron después, sí. Pero las cosas han cambiado...
Y lo que yo me pregunto es el porqué del cambio. Por supuesto, todos hemos de evolucionar; nunca seremos, a medida que crecemos, tan "rebeldes" como cuando éramos "jóvenes", cierto, y además no hay tal vez tanto contra lo que protestar (al menos en apariencia). Si es así, perfecto, es una elección por evolucionar hacia un tipo de espectáculo distinto. Pero no sé por qué, entre las olimpiadas, las fiestas del Dos de Mayo de Madrid, un espectáculo en el María Guerrero... no sé por qué las cosas a mis ojos apuntan hacia otro lado, y no quiero pensar mal.

No me vale entonces tampoco la explicación de que ahora son otros tiempos, no. Precisamente es de estos grupos, que ya por fin consiguieron un estatus de rebeldía popular, cercana e inmediata, de los que esperamos que den caña, y si no de quién.

Sí, sí, entran con sus metralletas disparando en el teatro, gritan, cuelgan cables e incluso te plantan una bomba detrás de tu asiento (de butano pintadita a mano, eso sí...), lloran, corren y vuelven a disparar. Pero, dejando de lado lo anteriormente dicho, como obra teatral falla en algo, y entonces, al fallar, cobra importancia lo que no hemos conseguido de ellos. Es decir, si no puedes disfrutar con los ojos como platos de su lenguaje, aquel que algunos aún esperamos, y lo que se nos ofrece es otro lenguaje, el teatral, o lo haces bien o el espectador te pedirá lo que hacías bien y se preguntará por qué no hiciste lo que sabes hacer.

Sí han mantenido, como decía, esa presencia plástica y visual, bandas sonoras rítmicas y angustiosas, por ejemplo. Tal vez, en ese su laboratorio escénico, en el que trabaja la Fura desde hace tanto tiempo, hayan querido probar una mezcla más, un experimento más que a la larga los haga genuinos por tocar tantos palos, ámbitos, escenarios, arquitecturas artísticas, temas, formas, etc. Sí, tal vez, verlos en su todo, en su trayectoria haga que los valoremos más de lo que ya lo hacemos. Pero en ese caso sus creaciones estarían hechas por y para sí mismos, porque el espectador nunca se puede tragar las tantas mil piezas que un grupo como éste ha creado durante tanto tiempo, para así comparar y sacar conclusiones. El espectador paga por una y si tiene suerte y vuelven a su ciudad, por otra (complicado esto en Madrid, donde durante muchos años no pudieron actuar), y así siempre que pueda, pero es para él para quien se hacen las obras. Y si no es así, estamos ya en un error escénico. Y, en este caso, creo que han fallado. La Fura, al menos a mí, me ha fallado.


Y pego un vídeo de lo que eran en su tiempo. Que no se me tache de sadomasoquista, porque no se trata de eso; se trata de que aun en estos tiempos todos, absolutamente todos, necesitamos que nos den caña a través de los sentidos, para que nos removamos, nos agitemos y por tanto se despierte a partir de ahí algo en nosotros que nos haga reaccionar, pensar o simplemente sentir. Y el arte está para eso, ¿o no?, para hacernos sentir.









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