Buen provecho... por lo que se puede aprovechar de las clases de Michelle, y buen provecho a todos los que vamos porque si masticamos todas sus propuestas y las saboreamos, haremos una digestión de reyes.
Ayer Michelle nos preguntaba con qué nos quedaríamos de la clase. No pude decir mucho; a mi acostumbrada timidez se sumaba que eran demasiadas cosas las que se me venían a la cabeza dignas de un buen provecho, de un gran banquete de danza.
No debe de ser fácil hacer una clase así de completa y que además llegue a los alumnos.
Pero aquí, refugiada tras el anonimato y la distancia de la pantalla y las teclas resumo algunas de las cosas que sin duda me pude llevar de la clase de ayer:
- Podemos improvisar sin ser siempre nosotros y nuestras habituales formas de movernos. En esta ocasión se trataba de desmembrarnos, de aflojar los plieges y los ángulos del cuerpo, por supuesto siempre controlando. Una pauta más de las que nos propone Michelle que nos ayuda a descubrir nuevos caminos.
- Me encanta la fuerza física que nos propone en ocasiones, ver nuestros límites y capacidad de aguante, nuestro fondo, nuestra confianza en que no tenemos por qué cansarnos por más que repitamos secuencias que cansan y agotan aparentemente. Podemos acelerar los ritmos, saltar, girar, y hacerlo repetidamente. Nuestras fuerzas parecen flaquear, pero si las ignoramos y nos buscamos cada vez que volvemos a hacerlo podemos transformar el cansancio y aburrimiento (no lo sentí en ningún momento) en aprendizaje y diversión.
- Para ello es imprescindible la respiración. No sólo haremos más bellos los movimientos, sino que llenaremos de aire los saltos, rentendremos los movimientos, o los contendremos, para dosificar las energías. Y así aguantaremos el tirón físico al mismo tiempo que le daremos fluidez y potencia.
- Observar a los compañeros. Entender su movimiento y buscarnos en él es una vía más de aprendizaje. Nos salimos así un poco más de nosotros mismos, cogemos la humildad necesaria y la admiración por el otro y, sin llegar a imitar, tomamos las sensaciones que los compañeros nos transmiten, lo que nos llega de ellos, lo que nos gusta. De nuevo, no estamos cómodos tal vez en lo que acostumbramos a hacer, pero es un reto más para nuestro camino en el crecimiento de la expresión y el movimiento.
- Las secuencias, ejercicios de pliés, diagonales y la coreografía, al final, todo ello conseguía el ovillo del hilo propuesto desde hace unos días. La idea de para ti para mí, la idea de hacia fuera y hacia dentro, el dinamismo junto con la dosificación y el relax, lo físico, la técnica y lo sugerente y más calmado. Los polos se encuentran en Michelle, porque no hay blancos o negros, sino un hilo que los conecta. Nosotros somos la rueca que debemos ir masticando su hilo propuesto.
- Mirar. Mirar con los ojos lo que nos rodea. Apuntar la mirada, una mirada real y no en babia, no dispersa, sino atenta, focalizando. Ayuda a ser conscientes de nuestro baile, de nuestra posición, de lo que estamos haciendo. Ayuda a darle verdad, sinceridad y a transmitir algo más que no sea sólo moverse. Al mirar establecemos una relación con el espacio y los elementos y tomamos consciencia de que realmente estamos en medio de ese todo que es la danza. Nos damos un lugar y nos dotamos de importancia o contundencia. Algo que los ojos transmiten.
Y ¿cómo podemos conseguir masticar y sacar provecho de ese hilo? ¿Cómo podemos llegar a un ovillo, coger esa lana casi virgen y transformarla en algo interesante? ¿Cómo nos llega todo eso?
La respuesta es tan sencilla como complicada. Hace unos días en una charla con ella quedaba clara la respuesta. Y es a través de la fascinación, la pasión por la danza.
Michelle nos entrega, nos ofrece sus armas por medio de la pasión y la fascinación (abierta a dejarse fascinar por lo que la danza de cada uno pueda ofrecerle, también) y nosotros las podemos recoger y amasar y masticar gracias a nuestra propia pasión, a nuestra propia fascinación.
Sin embargo, es curioso ver cómo cada uno tiene un camino en esa manifestación de la pasión por la danza. Si vamos a clases de danza contemporánea es porque nos fascina la danza, pero, cuando como espectadores vemos a los compañeros bailar, a veces nos preguntamos cómo es su lenguaje pasional. Es distinto; cada uno tiene el suyo y como Michelle debemos aceptar los modos de expresión de cada uno. Quizás los hay que aparentemente hacen sin sentir, sin dejarse llevar, simplemente hacen, y me pregunto si están sintiéndose tan fascinados como yo me siento. A veces lo dudo, a veces me inquieta ver falta de energía, de pasión en algunas ejecuciones. Pero luego pienso en la generosidad de Michelle, en su apertura de mente, en que a pesar de eso ella puede creer que todo depende de la forma de ser de cada uno, de su estado de ánimo. Y es cierto, bailamos como somos. Los hay que son más hacia fuera o más hacia dentro, más para ti o más para mí, más extrovertidos, los hay que se dejan llevar por los impulsos, por los momentos de pasión o los que controlan más sus propias sensaciones, los que no acaban de abrirse pero que buscan ese camino.
Los hay de todos los colores, pero estoy segura de que en estas clases, a pesar de algunos momentos de desesperación, ella y nosotros nos encontramos en ese motor, nos encontramos en ese punto: la fascinación por la danza.
Me gusta pensar que a las 19.30 dos días en semana, vidas tan distintas, tan completamente distintas, opuestas, complicadas, duras o simplemente vidas se encuentran gracias a un denominador común: la danza.
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