Fluir, dejarse llevar, soltarse avanzando en grandes (ser grande) desplazamientos, soltar los cuerpos y dejarlos fluir en las transiciones que los hacen disfrutar.
Ya lo he comentado antes, pero a veces necesitamos repetirnos las cosas, decirlas en alto o escribirlas en alto para que no se nos olviden.
Fluye ..., fluye... me dicen. Y me lo dicen cuando bailo, siempre me lo han dicho, y me lo dicen cuando vivo. Dejarse llevar. Vaya, es difícil; es difícil para alguien que no puede evitar perder cosas, caer o romperse en la fluidez del cuerpo y la mente. Tener todo controlado, el dominio de las cosas, de uno mismo. Ya pasó eso, tal vez porque pasaron de largo los miedos. Y ahora juego a buscarme en la improvisación, la de las cosas no controladas, no premeditadas, pero con ojos por todo el cuerpo, con ojos observadores del espacio, el tiempo y la gente. Siempre alerta, como un conejo, pero ya sin tensión, como un gato.
Soltar amarras cuando el control está en la seguridad interior es gustoso. Soltarte hacia lo imprevisto, hacia lo que desconoces de ti mismo y que te gusta descubrir o que te descubran, porque ya no tienes miedo de romperte, de caer, y si lo haces, si caes y te rompes, te ríes, te reconstruyes los pedacitos y sigues más grande.
¿Grande y con el pelo suelto? Puf, me cuesta verme en otro papel, porque me puede a veces la vergüenza, pero una vez pasada la barrera, la de la tontería, la de descubrir que nada es tan grave, te adentras a golpe de cabeza en las transiciones (a veces al límite -bien por experimentar los límites-) y descubres que en esas transiciones, en esos desplazamientos de una situación a otra está la madurez: la de la danza, la de la experiencia.
Nos agarramos con facilidad, porque es más seguro, a las pautas, a los horarios, a los ochos, a las normas. Lo que cuesta es dejarse llevar. Hemos sido enseñados para vivir en el miedo; el miedo a no ser correctos, a defraudar y defraudarnos, a no ser como debemos ser... Pero si somos sinceros, si nos sentimos sinceros podremos olvidar los miedos y ser más libres y no hará falta que nos digan que nos quitemos la coleta, o que nos recuerde un amigo que nos dejemos llevar por la vida, porque ya, seguros de esa madurez alcanzada, sabremos que dejarnos fluir será buscar el placer. Y si nos dieran a elegir entre el miedo y el placer, sabemos cuál sería el ganador.
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