Hacer cajas, tirar, deshacerse de cosas que creías imprescindibles y descubrir otras que guardaste sin darte cuenta y, ahora, cobran más importancia.
En todo ese vaivén de recuerdos, papelajos, ropas del pasado y anotaciones sin sentido, me he encontrado con unas anotaciones sobre la lectura del libro de Salvador Pániker, Asimetrías. Pániker filosofa lo cotidiano en un ir y venir del nihilismo al positivismo, una posmodernidad de pensamientos y lugares comunes. Cosas que todos pensamos en algún momento y que yo recogí hace tiempo parecen ahora premonición a mis cambios actuales.
Son interesantes, pues, las anotaciones sobre la identidad, tan relativa. Esa identidad que sin darnos cuenta buscamos como marca para diferenciarnos del resto. Buscamos reafirmar lo que creemos ser con ese "soy así...". Pero el hacerlo acaba eliminando lo que soy hoy, porque lo que soy, lo que siento hoy será distinto mañana.
Es curioso ver en cuanto a la identidad cómo nos definimos en un espacio y un tiempo concretos, rodeados de ciertas cosas como la ciudad o la gente. Y nos cuesta salir de ello, porque creemos abandonar nuestra identidad, pero, incluso si traspasamos esas barreras conocidas, en otro espacio y tiempo distintos, arrastraremos el rastro de lo vivido. No hay que tener miedo, entonces.
Si pensamos que además hoy el concepto de identidad queda definido por lo que tenemos, por lo que consumimos, los perfiles son aún más difusos. Nuestra identidad se define por lo que poseemos y por la comodidad de lo conocido. Nos cuesta salir de situaciones incómodas porque en la repetición de esas incomodidades también acabamos sintiéndonos a gusto. Tengo esto, trabajo en esto otro, tengo esta novia, estos amigos, cojo el coche, pago el piso... aunque todo ello nos produzca angustia. Incluso en esa repetición algunos dicen ser felices, o tal vez lo consigan. Proclaman serlo y estar definidos.
Deberíamos aprovechar esos malestares (nunca con autocomplacencia) para hacer una revolución identitaria y así desclasificarnos a nosotros mismos y de los demás.
Hacer una revolución desde fuera y dentro de lo cotidiano, sea en la forma que sea. Lo que siempre fue intocable, permanecerá igual porque sobrevivirá lo que nos construye, pero ya nos habremos desclasificado, y para ello hay que cuestionarse esa libertad fundada en un dolor autoinflingido para evitar la autocomplacencia. Y es que cuanto más autocomplacido está un sujeto con su identidad, más cerrado e intolerante es con los demás y el mundo que le rodea o las posibilidades que se le abren.
Una lucha por la emanciapación del ser que se base en no tener miedo a la no identidad.