No hablé en su momento del Festival Internacional de Deltebre. Y no hablé porque vine conmocionada, porque habría necesitado tiempo para meditar, para saborear y entender el potente poso que dejó en mí aquella experiencia. Y no lo tuve, tuve que agarrar las riendas de la vida diaria a la fuerza, y se quedó aparcado.
Al ver a estos tres grandes maestros y bailarines en su espectáculo, y tras haber visto las fotos que Roberto Oliván ha colgado en facebook del Festival (de donde he cogido las que aquí aparecen), he recobrado el regustillo a DANZA con mayúsculas.
La maestría de sus clases tal vez radicaba más en verlos a ellos, en ver su técnica, su personal movimiento, su velocidad de ejecución, la complicidad que entre carpa y carpa veíamos que tenían entre sí. Hombres aparentemente distantes, sonrientes pero algo fríos, exigentes con su danza llena de propuestas hasta entonces jamás vistas por mí. Eran perfectos en las ejecuciones de las coreografías de sus clases, y nosotros, la mayoría, no alcanzábamos en su totalidad ese nivel, pero lo disfrutábamos por lo que tenían de reto, porque nos llevaban por caminos nuevos. Tono, ese animal, era y es muy rápido y limpio, Peter, pequeño, es suave, cae al suelo en silencio, excesivo e increíble silencio. Es blando porque se adapta a todo, al cuerpo, al suelo, al aire... Pero con líneas siempre presentes. Martin, que nos propuso unas lecciones de improvisación, es paz, es calma bella, es sensaciones. Nos invitaba a regodearnos en los momentos que se crean en la improvisación, a hacerlos grandes y técnicos.
Son energía pura, son desplazamiento continuo, son abundantes cuerpos, porque es increíble cómo consiguen mover todos los puntos del cuerpo. Ves que todo el cuerpo está activo, todo: los dedos, los hombros, la cadera, los pies, todo, absolutamente todo entra en acción.
Son hombres de acción, la acción-reacción que surge a partir de una tensión muy amada. Se les nota, den clase o interpreten en la escena, que su pasión es natural porque casi han nacido con ella, pero no por eso se dejan llevar por algo conocido, sino que siguen atrapándola y disfrutándola porque viven danzando o danzan viviendo. La expresión más lógica de lo que tiene que ser un bailarín: sentir la danza como la vida misma, con energía, saltando obstáculos con valentía, poniendo lucha y fuerza a todo, siendo pasional sin olvidar la cabeza y los centros, los equilibrios...
La técnica aprendida, como supimos en escuelas de dura disciplina, ya está en ellos a un nivel casi perfecto, con veintitantos años nada más como tienen. Ahora, y desde hace tiempo, sólo tienen que dejar que fluya, sólo tienen que mostrar esa unión natural que se produce entre lo absolutamente asimilado e interiorizado y la pasión que nunca se debe dejar de agarrar con tensión. Y ahora además lo elevan a mayores potencias con esa unión comunicativa que han creado con Les Slovaks.
Me pregunto cómo serán sus vidas. Como cuando lees un libro y sientes que el autor transmite enseñanzas y filosofías reales y sabias de la vida, piensas si su vida será así de sincera, pienso si, de acuerdo con mi idea de que mucho de como danzamos en realidad vivimos, vivirán pasionalmente a la vez que equilibrados. Posiblemente no, posiblemente como cuando conocemos a un genio artista nos sorprende su vida. Y me da igual, es una duda que me surge pocas veces y que además tras la duda de un segundo, luego la aparco, porque las biografías de los grandes suelen darme igual, suele darme igual cómo vivan, cómo se enfrenten a la vida, porque para mí ya se están enfrentando a ella de una forma muy real, con pasión y sinceridad. Y lo muestran danzando con todo, la cabeza y el sentimiento.
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