domingo, 26 de octubre de 2008

El colmo de la improvisación



Ayer viví en primera persona qué puede ser el colmo de la improvisación. Y como lo viví, como participé en ello, todo lo que aquí puedo decir tiene un toque subjetivo y sentimental. Cuando vea vídeos podré decir algo más.

Artistas que no se conocían antes, músicas, efectos, proyecciones que no sabíamos cómo serían. Allí nos dimos cita todos, en la Pradillo, cada uno con su historia personal y artística detrás. Nos vimos las caras, dos besos y poco más. Compartimos camerino... y a escena. Ya dije que no sabíamos qué podía salir de ello. Podía ser un desastre o podía ser, como mínimo, curioso e interesante. Un laboratorio, en cualquier caso, del que aprender, con el que experimentar, conocernos a nosotros mismos, saber qué puede salir de la sorpresa, de lo inmediato, qué le puede llegar a un público conocedor de este tipo de performances y a otro que está al margen completamente de ello.

Partiendo del principio claro de no esperar nada, de no buscar alcanzar cotas muy elevadas, de asumir las limitaciones o los riesgos de algo así, sólo podíamos salir al escenario queriendo disfrutarlo, y con los sentidos abiertos, muy abiertos. A partir de ahí, lo que surgiera dependía de todos, no de uno sólo, dependía de la energía que creara cada grupo con sus participantes y sus creaciones espontáneas. Dependía de esa apertura de mente, la que debíamos poner los que allí nos plantábamos y la que tenía que tener el público. Unas mentes blancas, en general, libres y sensitivas.
La idea, pues, o así lo entiendo yo, debía ser alcanzar una unión a través de la escucha y la comunicación entre las distintas disciplinas. No debían sobresalir egos, no debían dominar unas cosas sobre otras. Aunque esto es siempre difícil. Alguien me ha comentado que inevitablemente, aunque se consiguiera esa unidad, había alguien que llevaba el hilo en cada pieza. Sí, tal vez sea inevitable o necesario. Si el resto de los componentes sabían adaptarse a los guiños que les daban los demás, y sacar de ahí una "historia", una respuesta, estaríamos llegando a ese diálogo. Si cada uno establecía un monólogo, dejaríamos fuera al público, para empezar, y le quitaríamos la potencialidad que este proyecto tenía.
Pero, claro, es difícil. Tus ojos, tus oídos, tus brazos, cuerpo, respiración, tu cabeza y sensaciones... Demasiados elementos alerta, demasiadas cosas a las que prestar atención. Pero cuando estaba allí sentía un gran placer al descubrir o captar un guiño de mi músico, al ser consciente de él. Porque era una pauta a la que agarrarme, me estaba tendiendo una mano, y si la sabía coger y él sabía seguir escuchándome y me contestaba, estábamos agarrándonos el uno al otro, sosteniéndonos en la improvisación, por lo tanto el vértigo era menor porque te sentías acompañado.
En mi parte tal vez pudo parecer que el peso recaía sobre mí. No quisiera esa visión de protagonismo, porque no era una pieza o una improvisación de danza. A un lado estaba David Aladro-Vico y de fondo las proyecciones de Philipp Contag-Lada. Philipp no pudo asistir, por lo que la escena quedó para la música, la proyección sin Philipp y para mí. David estaba en penumbra, pero estaba. Sin él el avión no me habría asustado, no me habría convertido en un muñeco, no habría caminado sin rumbo o no me habría detenido en sus silencios. Dialogamos o así lo sentí yo. Y dialogamos de nuevas. Es como cuando conoces a alguien por primera vez y no sólo te habla de a qué se dedica, dónde vive o qué hace en su vida, sino que te cuenta algo más allá sobre sí mismo, y tú abres los ojos y los oídos y le escuchas atentamente. Asientes con la cabeza, preguntas por algo que te interesa más, comentas e incluso intercambias una opinión sobre sus visiones. Así lo viví yo. Seguramente debería haber ido más lejos, deberíamos haber llegado más lejos en esas conversaciones en vivo y artísticas. Pero sin prepararlo, sin conocer ni yo su música ni él mi movimiento o el vídeo, dialogando con lenguajes distintos que no conocíamos conseguimos hablar uno común; el de las energías, o no sé cómo llamarlo. Un lenguaje común puede ser el de las miradas, el de los gestos, el de traspasar códigos y entenderse con las sensaciones.

[Fotografía de Sandra Fernández]
Tampoco sé muy bien qué percibió el público. Sé que gustaron unas partes más que otras, que se quedaban con guiños, imágenes, posturas, momentos. Sé que estas "modernidades" son difíciles para la gente, que a veces no comprenden o simplemente no les transmiten nada. Pero había momentos, y es en eso en lo que consistía el evento de ayer, en el momento, en captar el momento. Lo debíamos captar, agarrar los participantes, y el público, más inteligente de lo que presuponemos, es capaz también de pillar al vuelo los momentos que la inmediatez le da. Sé que si no les llegaron algunas piezas fue porque había algún ego que despuntaba o porque cada uno, demasiado asentado en ese "colmo de la improvisación", no fue más allá y se quedó en sí mismo. Una pena porque en esos casos no lo disfrutaron ni ellos ni el público, observador aparentemente pasivo, pero que en actos como éstos se vuelve de un inteligente activo que asusta.


El colmo de la improvisación, por tanto, para mí es tener que hablar un lenguaje común con gente de la que no conoces su trabajo, hacerlo sobre un escenario, con un público y no en tu casa entre colegas, con una limitación de tiempo, con otras limitaciones que surgirán del momento por lo inesperado de la idea. Es el colmo de la improvisación, es el colmo de tirarse al vacío, arriesgar y creer en ello. Y, como digo siempre, si te das sincero en todo las cosas salen. Si crees en un proyecto, te mostrarás con esa sinceridad y lo que salga de ahí puede gustar más o menos pero es sincero.
No buscamos que guste a todo el mundo, bueno, cada uno supongo que buscará algo distinto, es inevitable, pero no buscamos una aprobación general, sino un sentirse bien en escena, en ese vértigo. Si te sientes bien en escena, algo le tiene que llegar al público. Pero, ojo, en este caso era sentirse bien en escena en conjunto y no uno mismo, sino sentirse bien gracias a que hay otros elementos que están contigo y que forman un todo, nunca con la idea de ser el protagonista.

Y tengo que dar la enhorabuena a los participantes, porque todos nos hemos tirado por este barranco del que no veíamos el final de la caída, y, sobre todo, a Berta y David por habernos dado esta gran oportunidad de estar ahí, pero de estar con ellos y no solos. Así lo he vivido yo, he sentido que estaba con ellos, que era una parte más de la idea.
Berta y David se han trabajado muchísimo este ciclo, con dificultades técnicas, de intendencia, incluso físicas. Han puesto todos sus recuersos a flote y solos, prácticamente solos, han difundido, promocionado, proyectado, contactado con los participantes, han conseguido sacar adelante un ciclo que la escena contemporánea necesita tener en sus carteles. Y me han dado la oportunidad de estar ahí. He tenido el gran privilegio de compartir ese espacio, esa idea, esas sensaciones con ellos, aunque me hubiera gustado estar más presente. Pero... en la vida existe otro colmo de la improvisación, el de la vida misma, en la que nos vemos obligados a "resolver", como dicen los cubanos, para sacar adelante nuestra otra vida, y, por eso, tal vez porque no puedo implicarme más, tanto como me gustaría, en proyectos como éstos, los disfruto y exprimo al máximo.
Espero poder seguir teniendo la posibilidad de improvisar la vida y el arte como hasta ahora, porque gracias a ello la "vidilla" que todo ello me proporciona me hace disfrutarlo todo casi al límite.


Gracias y muchos besos sin improvisar, besos premeditados.

No hay comentarios: